Distinción del Centro de Cultura Tanguera Alfredo Belussi

Distinción del Centro de Cultura Tanguera Alfredo Belussi
Tango, Radio y más Historias, blog distinguido por su aporte a la difusión del Tango, sus autores e intérpretes.

sábado, 29 de junio de 2013

Rosita Melo - Biografía - 29 de junio de 2013 -

                                                         Rosita Melo
Rosa Clotilde Melé nació en Montevideo el 9 de julio de 1897 y murió el 12 de agosto de 1981, después de haber perdido en 1976 a su esposo, el poeta Víctor B. Piuma Vélez, con quien se había casado en 1922. Vivió en su ciudad natal los dos primeros años de su vida. Luego se vino con sus padres a Buenos Aires. Doce años más tarde, a los 14, jugando con el teclado del piano, advirtió cómo sus ensoñaciones de adolescente -que no eran distintas a las de todas las adolescentes de su tiempo- se le manifestaban en forma de vals. Fue como si las notas le fluyeran desde el alma...
Era un vals Boston, variante americana del Vals, lento, melódico, sin arranques rítmicos. Rosita estudiaba música y continuó estudiando y compuso hasta sus últimos años, inclusive tangos. La difusión arrolladora de Desde el alma -que Roberto Firpo grabó en 1920- dejó en la oscuridad el resto de su obra. Esa fue la única pieza que publicó, estrenando con ella su seudónimo Rosita Meló. Un tesoro musical ha quedado inédito, en manos de su hija, esperando editor. Desde el alma ya era famoso cuando Piuma Vélez le aplicó la primera letra, Yo también desde el alma, te entregué mi cariño, pero santo y bueno, como el de una madre, como se ama a Dios. Piuma amaba ese vals tierno y sentimental, que asociaba a un paisaje suburbano. Poeta al fin, tradujo en versos los sentimientos, que le suscitaba la música volandera a la que le había puesto letra: "Organito de la tarde, / de la noche y la mañana, / llevado sobre dos ruedas / por las calles suburbanas,  danzando a los cuatro vientos / su música ciudadana, donde no faltabas nunca, / valsecito Desde el alma".
Un día de 1948, Piuma recibió, en su casa de la calle Várela, una llamada telefónica de Manzi. Homero -quien siendo muy joven había compuesto con Antonio Sureda algunos valses memorables, como A su memoria y Valsecito de antes- estaba enamorado del vals de Rosita y, famoso ya, quería llevarlo al cine. Se la dijo a Piuma: su propósito era que lo cantara Hugo del Carril en la película Pobre mi madre querida, que filmaría con la gloriosa Emma Grammatica. Pero su letra, Piuma, está dedicada a la madre, y yo necesito una letra amorosa. ¿La escribimos juntos? Piuma aceptó y pergeñó: Vuelve a tu antigua ilusión. Junto al dolor que abre una herida, llega la vida trayendo otro amor. En buena amistad completaron la letra y la firmaron los dos.
Hace algunos años quise saber más sobre Rosita Meló. Ella vivía aún y con lo que ella recordaba escribí una noticia que en 1976 publiqué en mi libro Conversando Tangos. Decía entonces que curiosamente la música de esa dulce muchachita oriental, quien, como el personaje de Carriego, confiaba al piano sus secretos más íntimos, tuvo una repercusión profunda y tenaz más allá de las casas, de los zaguanes y de los cercos de ligustros; inclusive en ambientes torvos y sombríos, donde el malevaje hacía su catarsis con el vals de la Meló, con el Nocturno a Rosario de Manuel Acuña, con las rimadas moralidades compuestas por el descuidista Andrés Cepeda. ¿Quién que es no es romántico?, se preguntó Rubén Darío en La canción de los pinos. El malevaje también tenía su corazoncito.
La música adolescente de Rosita Meló convivió, en 1920, con La tablada, con Royal Pigall, con La biyuya, con De vuelta al bulín, con Sábado inglés... No podrá negarse que llevó al habitat denso de humo y de vapores de caña, donde el tango conquistaba la libreta de enrolamiento, un hálito querendón de malvones y de diosmas.


lunes, 24 de junio de 2013

Hernan Oliva 24 de Junio de 2013 -292-






 Nueva publicación del genial violinista Hernán Oliva, en esta oportunidad interpretando jazz. Con todo su talento - como siempre - Oliva nos supo brindar esta serie de inolvidables creaciones en un disco vinilo casi en el olvido. Para todos aquellos amantes del buen swing, que mejor que escuchar los temas seleccionados para este álbum."El Paso del Tigre".
Los títulos, autor y compositor se encuentran incluidos en los respectivos archivos.

jueves, 20 de junio de 2013

Vicente Greco - Biografía - 20 de junio de 2013

   
                                                     Vicente Greco

Vicente Greco nació en Buenos Aires el 3 de junio de 1886 y murió en la misma ciudad, a los 38 años, el 5 de octubre de 1924. No fue el primer bandoneonista, pero sí quien hizo del bandoneón un instrumento canónico del tango. Lo habían precedido, entre otros, Domingo Santa Cruz, el autor de Unión Cívica, y su discípulo, Juan Maglio (Pacho), quien ya andaba desplegando su fuelle por los cafés de Barracas, cuando Greco aún tañía la guitarra. Pero correspondió a Greco, en 1911, trazar el organigrama de las orquestas destinadas a tocar tangos, que él denominó típicas, y puso entonces un par de bandoneones cadeneros junto al piano y al pie de los vio-lines. Flauta, clarinetes, mandolines fueron paulatinamente abandonados y, al cabo, también lo fue la guitarra, cuando en los discos Era comenzó a sonar el piano de Roberto Firpo, allá por 1914.
A Greco le decían Garrote, apodo que le transfirió su hermano Fernando. En su familia hubo una pianista, su hermana Elena, y un guitarrero, cantor y payador, Ángel, que creó algunas composiciones, entre ellas la famosísima milonga tangueada Naipe marcado. Vicente, alentado por el mitológico negro Sebastián Ramos Mejía, fue de café en café -como era de práctica-, llevando su jaula -el bandoneón-, tañéndolo, lucrando aplausos, fama y algún dinero. Se lo recuerda como uno de los primeros en acercarse al centro, en "El Estribo", sobre la calle Entre Ríos. En 1911, animaba con su murguita los bailes del salón "San Martín", sobre la calle Rodríguez Peña al 344, que aún está en pie. Allí compuso su tango Rodríguez Peña, que no honra al procer sino a la milonga. Greco no sabía leer música, ni tampoco escribirla. Tocaba a pura oreja, como el pianista José Martínez, como Anselmo Aieta, como, más tarde, el mayor guitarrista del tango, que fue Roberto Grela. Su primer tango, El Morochito, del año 1905, se lo llevó al pentagrama Geroni Flores, a quien se lo dedicó y en cuyo homenaje le dio título A aquella composición primigenia siguieron muchos otros tangos, entre ellos El pive (escrito con la -v- etimológica) , El flete, Popo/, E1 cuzquito, La viruta, Racing Club, La infanta (por doña Isabel de Borbón), El pangaré, Zaza (por la tonadillera Teresita Maraval) y, entre otros, uno de los más bellos tangos que se han compuesto en todos los tiempos, Ojos negros. También escribió varias letras para sus músicas, entre ellas la de La percanta está triste, que en 1921 le grabó su amigo Carlos Gardel.
Después del concurso organizado por el barón Antonio María De Marchi en el "Palace Théatre", en 1913, cuando la aristocracia llevó el tango a sus salones palaciegos del barrio note, Francisco Canaro y Vicente Greco fueron de los primeros en ser convocados. En 1915 decía la revista Fray Mocho: "Greco se ha impuesto entre la gente copetuda. Es el niño mimado de las familias bien. Actuó en el Plaza Hotel, en la residencia del doctor Lucio V. López (Callao casi avenida Quintana), en lo de Creen., en lo de Lagos García, en lo de Lamarque, entre otros. Tales faenas le rinden no menos de 200 pesos por actuación".                                                                       

sábado, 15 de junio de 2013

Roberto Grela - Biografía - 15 de junio de 2013


                                                         Roberto Grela
Roberto León Grela nació en Buenos Aires, (en el barrio de San Telmo), el 28 de junio de 1913 y falleció en la misma ciudad el 6 de setiembre de 1992. «Murió uno de los más grandes guitarristas del tango", tituló La Nación la nota necrológica. Lo había sido.
Uno se siente inclinado a afirmar que el primer tango se acunó en una guitarra. Es ésta una afirmación discutible, porque si el tango nació en las academias -en esos lugares los violines abundaban más que las guitarras, podría presumirse que más bien nació de un violín. Sin embargo, por mucho que nos fascine la figura del negro Casimiro, por mucho que queramos relegar la guitarra a la categoría de instrumento sustituto del piano en las primeras grabaciones de Greco, ella estuvo en las manos de los payadores puebleros, llamados milongueros porque payaban por milonga, y al son de su palabrerío ensayaron, casi seguramente, los compadritos, sus primeros quiebros. De lo que no cabe duda es de que el tango canción sí se acunó sobre la caja de un encordado, o de dos, el de Gardel y el de José Ricardo.
Esa circunstancia rebajó a la guitarra a un destino más servicial que artístico, el de acompañante. Grela no fue el primer solista, el primer escobero liberado del servicio doméstico, pero ha de haber sido el mayor de todos, o, al menos, uno de los mayores.
Empezó, es claro, acompañando a cantores de corto destino. El primero fue Domingo Gallichio, y tras él, muchísimos otros. Dirigió el acompañamiento guitarrístico de Charlo y posteriormente, entre 1936 y 1938, el de Fernando Díaz. Esta etapa no carece de alguna importancia, porque fue entonces cuando el longilíneo cantor riocuartense antes de iniciar su segunda etapa como chansonnier de Francisco Lomuto, estrenó el tango Las cuarenta, infaltable ahora -felizmente- en cualquier antología tanguera. La orquesta de Lomuto grabó este tango (versos de Gorrindo), aunque no con la voz de Díaz, sino con la de Jorge Omar, en julio de 1937, de modo que lo difundió simultáneamente con Azucena Maizani, quien no lo llevó al disco, aunque existe una grabación tomada en vivo. Por supuesto, no fue Las cuarenta el único tango compuesto por Grela. De los otros, que tampoco son tantos, pueden mencionarse Viejo baldío (grabado en agosto de 1946 por Aníbal Troilo con la voz de Pablo Lozano), Callejón (grabado el mismo año por el mismo Pichuco con Ángel Cárdenas) y A San Telmo.
Una extensa discografía permite apreciar el sonido de Grela, en cuyas interpretaciones Ferrer señala cierto fraseo de tradición bandoneonística. Autodidacto e impar orejero, no había llegado al tango, sin embargo, por el camino del bandoneón, sino por el del mandolín. Buscó una sonoridad distinta y la encontró mediante la púa de carey. No desdeñó el brío, pero sí la estridencia; privilegió los matices e hizo de cada interpretación un pequeño concierto. Esto vale para los cuartetos que integró con Pichuco y para todo lo que tocó y grabó junto a músicos de alta prosapia, como Horacio Salgan, Leopoldo Federico u Osvaldo Requena, para sus versiones con el acompañamiento de la orquesta de Carlos García, para sus propios conjuntos instrumentales.

Hombre de bajo perfil, a quien habríase podido suponer nacido para acompañar cantantes, o guiarlos, su historia casi sin historia permite declarar nuevamente, como Borges en el Poema de los Dones, la maestría y la magnífica ironía de Dios que eligió a un músico inusualmente modesto para exaltar a la guitarra, y de paso a él mismo, a la categoría de protagonista.

sábado, 1 de junio de 2013

Mario Pardo - Biografía - 1 de junio de 2013


                                                         Mario Pardo
Mario Alberto Pardo nació en Cerro Largo (Uruguay) el 2 de noviembre de 1887, y por un tranquito no alcanzó el centenario, pues murió el 29 de agosto de 1986, en Burzaco (provincia de Buenos Aires). En noventa y nueve años dedicados a la música popular tuvo tiempo de hacer muchas cosas; entre otras, cambiarle el compás a Gajito de cedrón, esa maravilla de gracia, picardía y buen gusto que brindó a Gardel la ocasión de dejarnos una de las diez o doce versiones fonográficas más brillantes de su esplendorosa carrera (el 3 de marzo de 1927, con Ricardo y Barbieri). Linda Thelma cantaba los preciosos versos de Alfredo Navarrine con otra melodía.
Pardo era músico de escuela. Había estudiado en el Conservatorio San Pietro Omaiello, de Nápoles. Fue director de banda en su patria y luego abdicó la batuta para dedicarse a la música criolla en la Argentina. A los ochenta y tantos años evocó su vida en un reportaje tan cálido como desordenado. Por lo que de su memoria pudo rescatarse, se presentó inicialmente como concertista de guitarra; en 1918 conoció a Max Glücksmann, quien lo llevó a los discos Nacional; fue abandonando rápidamente la música de escuela para arrimarse a la popular y en 1919 formó junto a Ignacio Corsini en las presentaciones de la compañía de José J. Podestá. Cultivó la amistad de Eduardo Arólas, quien le dedicó el tango La guitarrita (al que Contursi rebautizaría como Qué querés con esa cara, y que, con tal nombre, fue grabado por Gardel en 1920), frecuentó todos los escenarios del circuito de Glücksmann y anduvo por los estudios de la radiofonía en pañales desde 1921, por lo menos. Acompañó con su guitarra los primeros gorjeos que Tania dedicó al tango (Río de Janeiro, digamos que en 1924), el 4 de noviembre de 1934 se presentó en el teatro Colón al frente de un conjunto de cien guitarras (fue la noche del triunfo más grande de mi carrera, memoraba con más orgullo que nostalgia), registró 140 composiciones (Orlando del Greco dixit) y de ellas (dixit Horacio Loríente), las más perdurables son las que forman parte del repertorio gardeliano: el citado Gajito de cedrón, Linda provincianita, el famoso tango La maleva y La tropilla (o El triunfo, compuesto en colaboración con el legendario tradicionalista Santiago Hipólito Rocca), grabado en 1922 por el dúo Gardel-Razzano y en 1930 por Gardel, sólito y su alma, con las violas de Barbieri, Riverol y Aguilar cuidándole la retaguardia.

Entre el canto tradicionalista y el tango no hay una tierra de nadie, sino una tierra de ambos. Es la que transitaron, orondamente, Carlos Gardel e Ignacio Corsini, entre otros, y Rosita Quiroga y Azucena Maizani, entre otras. Los cuatro lo hicieron portando la guitarra criolla - ¡Cuántas veces, bajo el brazo de la zurda, por cubrirte del sereno, te llevé!-, y sólo la mandaban al ropero en los momentos de depresión -si acaso alguna vez la sentían-, pero no cuando se pasaban de la zamba al tango, ni de las ternuras de Saúl Salinas (Pobrecita la pastora que ha fallecido en los campos) a las guapeadas de Ángel Greco (Naipe marcao, cuando ya es junao tiene que rajar). Mario Pardo se acercó al tango con la doble solvencia que le daban el conservatorio napolitano y sus largos andares codo a codo con los tanguistas trashumantes, que todos lo eran por aquellas primeras décadas del siglo. Cuando Gardel y Corsini, Rosita y Azucena, pisaban fuerte en el tango, cuando hasta pisaba fuerte aquella toledana impredecible a la que acompañó en Río de Janeiro cuando se arriesgó a Fumando espero, don Mario se quedó en esa tierra intermedia, que se fue achicando, achicando, porque luego llegó el folklore - con Atahualpa, Falú, la Negra Sosa, que amojonaron el límite entre una y otra especie musical-. Don Mario Pardo se convirtió así en un monumento semoviente. Uno se acercaba a él como a la estatua de San Martín.