Distinción del Centro de Cultura Tanguera Alfredo Belussi

Distinción del Centro de Cultura Tanguera Alfredo Belussi
Tango, Radio y más Historias, blog distinguido por su aporte a la difusión del Tango, sus autores e intérpretes.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Gabino Coria Peñaloza - Biografía - 12 de diciembre de 2013

                                                Gabino Coria Peñaloza
Según su libreta de enrolamiento, Gabino Coria Peñaloza nació el 19 de diciembre de 1879 en el pueblo Acequias, provincia de Mendoza. La partida de defunción lo da por nacido en Tres Acequias, en la misma provincia. Su muerte se produjo en Chilecito (La Rioja), el 31 de octubre de 1975, poco antes de cumplir los 96 años. Jorge Conté realizó, en 1976, una prolija investigación sobre el nacimiento de este poeta y la comunicó a la Academia Porteña del Lunfardo, en cuyo archivo se conserva.
Gabino pasó su niñez en Villa Mercedes (San Luis), y de joven se radicó en Buenos Aires, donde vivió la bohemia literaria. Publicó sus versos en las revistas populares -Caras y Caretas, entre ellas-. Estuvo también con Julio Díaz Usandivaras en la aparición de la famosa revista Nativa (1923). Su vinculación con el autor de Quejas de bandoneón (1920) data de cuando Juan de Dios Filiberti comenzaba a firmarse Filiberto. Su primera colaboración, El pañuelito, es de 1921. Un crítico entonces famoso, Gastón O. Talamón, escribiría más tarde que aquella composición y las que siguieron sobre la misma línea -La cartita (1921), El ramito (1923), Caminito (1926)- son "canciones porteñas que pueden llegar a figurar al lado de las vidalas, las tonadas, los estilos, los tristes y las milongas". Filiberto las denominó tangos y como tales han quedado unánimemente consensuadas.
Caminito obtuvo entre abucheos, como el Hernani de Víctor Hugo, como el Bolero de Ravel- el primer premio en un concurso organizado por la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires en el año 1926. Fue para carnaval y destinado a canciones nativas. Pese a los disconformes, Ignacio Corsini cantó esta pieza, con éxito atronador, el 5 de mayo de 1927, en el estreno del sainete Facha Tosta, de Alberto Novión. Antes lo habían llevado al fonógrafo Carlos Gardel y la orquesta de Francisco Canaro, éste en dos versiones sin canto. De ahí en más, la difusión de Caminito fue universal, y en 1959, siendo intendente municipal el señor Hernán Giralt, se impuso el nombre Caminito a una calleja de La Boca ("cien metros curvos desde Garibaldi y Lamadrid hasta Pedro de Mendoza"). Se respondía de ese modo a un reclamo popular que venía manifestándose por lo menos desde un lustro atrás. Pero el poeta se disgustó porque decía que sus versos estaban inspirados en un caminito del pueblo riojano de Olta. No muchos años antes de su muerte, mediante una iniciativa de Cátulo Castillo, se impuso el nombre Caminito a una calle de Chilecito. ¿Y el verdadero caminito de Olta, cubierto de trébol y juncos en flor? ¡Caramba! El tiempo lo había borrado antes de 1920. El mayor triunfo letrístico, si no económico, de Coria fue, sin embargo, el bello tango Margaritas, con música de Juan Carlos Moreno González, que obtuvo el premio de honor del concurso Max Glücksmann en 1929.

En 1926,  cuando Caminito comenzó a vencer al tiempo, ocurrieron otras cosas memorables para el tango. De ese año es la primera edición de Cosas de Negros, el libro del uruguayo Vicente Rossi. Allí se queja el autor de que la letra del tango ande vivaqueando en los alrededores de los conventillos y sollozando en los cabarets. A eso llama Talamón, el mismo año, encanallamiento arrabalero. Y en ese año se escribe y se estrena el último gran tango canalla, El Ciruja. Pero también ese año aparecen Discépolo, que no sólo canta peripecias del arrabal, sino que las juzga para absolverlas o condenarlas, y aparece Manzi, con Viejo ciego, que canta a la ciudad misma, a sus hombres, a sus mujeres y a los sueños de los hombres y de las mujeres, con acento nostálgico y querendón. Manzi representa el triunfo definitivo del esfuerzo que Coria Peñaloza y Filiberto discípulo  éste,  al fin,   de Alberto Williams y de Eduardo Fornarini hicieron por desencanallar al tango, llenándole los pulmones con los vientos purificadores que soplan desde el campo.